Te miro

Te miro y te juro que soy capaz de verlo todo.

Te veo esperándome en San Juan de Dios una bendita noche de febrero, veo un paseo en el que éramos amigos y un banco en el que pasamos a ser algo muy distinto. Te veo paseando por Córdoba y Sevilla incontables días de todas las estaciones.

Veo un resumen de todos nuestros días: de las mañanas perezosas en la cama, de los desayunos que se  convierten en comida, de las horas en la cocina preparándonos cosas ricas para sorprendernos, de las siestas con película en las que no hay siestas ni películas, en el tiempo que me esperas impaciente a que termine de arreglarme, al momento de subirnos al ascensor, mirarnos en el espejo y darnos un beso. Veo todos nuestros besos.

Veo nuestros cuerpos tostándose al sol sobre la arena blanca de Tavira y nuestros cuerpos llenos de arena en Isla Canela. Nos veo haciendo el pino en Praia do Barril y las carreras hacia el agua. Veo tu mano rescatándome de las caídas en la Garganta de los Infiernos y nuestras manos entrelazadas antes de tirarnos al agua en Robledillo de Gata.

Te veo en modo vuelo y totalmente conectado conmigo, también veo días que se pasaron demasiado rápido y otros que fueron eternos y geniales. Veo tu infancia a través de todo lo que tú me cuentas y también tu adolescencia, que tuve la suerte de conocer, veo a tus padres y a tu hermana y entiendo porque tú eres así.

Nos veo incontables días emocionados eligiendo cervezas para ambas colecciones y nos veo bebiéndolas, esperando atentos a que el otro acabe el trago y de su opinión. Te juro que nos veo cerveza en mano toda la vida, con una vitrina llena de botellines en casa y ahora, también fabricándola.

Te miro y veo futuro, veo un futuro increíble y contigo, sin lugar a dudas. Veo planes cumplidos, juntos y por separado, y la alegría de los momentos compartidos. Veo que no necesito a nadie que me complemente sino que me acompañe, que junto a mí, haga que todo sea más bonito. Veo que no nos hace falta ser 2 en 1, que los basta con formar un perfecto equipo de dos. Un dúo inseparable que sabe estar separado pero prefiere no estarlo.

Te miro y siento infinitas ganas de subir cientos de escalones más.
Te miro y te juro que soy capaz de asegurar que no quiero dejar de mirarte nunca.

 

En consonancia

Hace ya algún tiempo necesite muchas tardes y noches con mis imprecindibles, más bien fue una época en la que necesitaba dosis diarias de ellas y estoy segura de que aún no he llegado a agradecérselo en la misma medida que ellas supieron ayudarme. Aseguro que podría hablar de ellas una por una y esto no tendría fin.

Pero hoy hablo de una en especial, que simbolizada a unas cuantas más. Porque fue una de las voces de mi conciencia, mi trébol de cuatro hojas, mi herradura y todas aquellas cosas que se guardan porque dan suerte.

Os hablo de una carcajada un segundo después de que ella abra la boca, os hablo de un pelo largo y oscuro y un tatuaje muy significativo. De un «me apunto» sin pensarlo y un «no necesito motivos para hacer lo que hago». De un «¿me echas de menos? Asómate al balcón» y de un «coge el abrigo y vente aquí ya» en alguna que otra noche de invierno. Os hablo de un sentirse siempre en consonancia.

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Que pasamos más tiempo del que nos gustaría separadas, que por la distancia o cualquier otro motivo sus abrazos no están siempre que hacen falta, que hay cosas que no nos contamos y no siempre nos llamamos para vernos. Que no somos las mejores amigas y hay veces que parece que ni siquiera lo somos (raro, pero a veces cierto). Hay temporadas en las que hablamos y nos vemos menos, que nos enfadamos y desenfadamos en cuestión de horas.

No tenemos la necesidad de estar siempre juntas pero cuando lo estamos volvemos a ser más nosotras, retomamos la conversación por donde la habíamos dejado la última vez y tenemos la costumbre de poner punto y final a determinadas historias sólo entre nosotras.

Ni siquiera estamos pasando por nuestro mejor momento, pero quizás nuestra amistad necesite este alto en el camino. Quizás yo necesite estar con gente que me haga recordar que sin ella no soy completamente yo y ella necesiten darse cuenta de que no todos la entenderán como yo lo hago.

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Pero eso sí, aseguro que jamás mentimos cuando decimos que nos echamos de menos, que nos queremos. Que nuestras anécdotas por siempre nos pertenecerán a nosotras y nadie más, que seguiremos siendo cómplices y no le costará hacer memoria cuando se repitan las mismas historias y no me costará repetirle los mismos consejos.

Hubo días inolvidables para nosotras en los que desconectábamos del resto del planeta y en los que hacíamos de cualquier sitio, nuestro sitio y siempre recordaré lo que fuimos en ellos. La trataré como a una hermana toda la vida y cada reencuentro será una bienvenida por muchos meses que pasen. Estemos donde estemos le haré sentir en casa, en la suya que es la mía y la de todas. Y siempre seguiremos aprendiendo la una de la otra, haciendo competición para ver quién es la más chapas.

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Yo solo confío en que tenga presente que fue fundamental y que con su ayuda supe y fui capaz, que fue ese hombro y ese apretón de manos permanente. Quiero que cuando haga memoria caiga en la cuenta de que tuvo un lugar irremplazable en mi vida y que le haré sentir única, porque lo es. Cuando los kilómetros nos separen y sea aún más complicado vernos, se encargará de seguir haciéndome sentir en consonancia y mantendremos nuestras promesas aunque no lleguemos a cumplirlas. Porque en eso y en un par de cosas más también se basa nuestra amistad.

Quiero jurarle que siempre será mi trébol de cuatro hojas, mi golpe de suerte, mi «más que amiga» y una hermana.

A ti C, y a vosotras, para que pronto vuelva a ser nuestro mejor momento.

Sorbo a sorbo

Lo bien que sienta desplegar las alas, desmelenarse, sentir que vas a contracorriente aun haciendo lo mismo que otros muchos. El verano se vive a sorbos, disfrutando cada trago, alargando los buenos ratos, apurando y sin ganas de acabar la copa. Despacito y sin prisas.

Esa época del año tan deseada y que parece tan efímera. Que da la sensación de que se nos escapa de las manos, de que no hay el suficiente tiempo, o quizás las suficientes ganas, de aprovecharlo hasta el último rayo de sol en la arena cerveza en mano.

Cada verano tiene su historia, su moraleja, sus muchas enseñanzas. Que nos vienen bien, que no podemos quejarnos ni poner pegas. Que tiene que haber un poco de todo en estos dos meses y pico. Aunque a veces se pasa y nos enseña más de lo que estamos dispuestos a aprender, cada año esperamos a ver que nos dará el siguiente.

 

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En estos felices días descubres que el mito de que las cervezas son más efectivas que el ibuprofeno cuando tienes una resaca monumental es cierto y además te encanta comprobarlo cada mediodía en el mismo bar y con la misma gente.

Te enseña a disfrutar de los pequeños lujos como meterse en el mar después de pasar más de 20 minutos tomando el sol, las sal en las pestañas y ver la tan esperada marca del bikini al mirarse al espejo. Es el momento de hacer el viaje que deseabas, encontrar nuevos rincones favoritos y conocer sitios nuevos en los lugares de siempre.

Que la magia de estos días no solo depende del destino, lo verdaderamente importante es la compañía. Serán las personas que elijas las que te recordarán las anécdotas durante el resto del año, serán las que te llenen de sensaciones, las que te harán sentir en agosto cuando fuera llueva y haga frío. Serán las personas a las que siempre querrás incluir en tu maleta. Serán las que te den vida.

 

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Este año has hecho que me de cuenta de que tras una primera vuelta habría muchas más y que a medida que pasa el tiempo duelen menos. Que no siempre sienta bien que lo que fue sublime el verano pasado este año sea algo normal. Lo vivido nunca vas a volver a vivirlo igual, a veces duele y otras muchas, se agradece.

Que hacemos cosas que callan más de lo que dicen y demuestran más de lo que pretendemos. Que sin hablar nos entendemos y también nos malinterpretamos.

Que la vida da muchas vueltas y no todas nos pueden gustar. Pero todo tiene su punto y final, todo acaba. Incluso lo que creías insuperable no solo se supera, también se ignora, también se llega a olvidar. A veces lo contrario, lo que tenías por olvidado vuelve.

Superar y recordar. Respirar y reiniciar. En bucle.

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Di adiós mientras saboreas el último trago de este verano que ya se escapa, bébete en él las esperanzas fallidas, los miedos que ya se pueden disipar, los «síes», los «noes», los «tal vez». Los recuerdos que se antojaban a todas horas, el revivir y el volver a volver de aquella canción.

Que las miradas al pasado sean algo que nunca hayan pasado.

Y si das la media vuelta, aunque sea por curiosidad, haz recuento y quédate con lo que este te ha regalado, disfruta de esos pocos segundos antes de volver a mirar al frente.

Vendrá otro. Mejor o peor. Siempre diferente. Nunca igual.

Huracán

Solo iba de pasada cuando decidió probar a quedarse, rápidamente se hizo un hueco y creyó estar en el sitio correcto en el momento correcto. Y lo estaba. Fue demasiado sencillo, quizás no le ofrecía muchas comodidades pero si los suficientes argumentos como para seguir girando toda una vida.

Ella solía contar que fue un auténtico huracán que le revolucionó por completo, desmontó la fuerte coraza que creía que tenía y alimentó su deseo de sentir adrenalina. Disfrutaron como locos del bucle en el que estaban metidos y en cada vuelta creían que se comerían juntos el mundo.

Quizás fue ese el principal problema, pensaban que la palabra juntos era fácil de pronunciar e ignoraban que implicaba estar cerca.

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Fue perdiendo velocidad y de repente paró. Decidió irse sin preguntar dónde estaba la salida menos dolorosa. Destrozó todo lo que habían construido con tanto esmero, una auténtica bola de demolición que tumbó paredes, derribó puertas, hizo añicos cristales que ya eran débiles e hizo cenizas las llamas que ardían. Las secuelas fueron peores que cualquier estrago anterior y se llevó todo con él aunque dejó rastros para que jamás se olvidara de que había estado ahí.

Cada cierto tiempo, más del que esperaba y menos del que quería, se encargaba de recordarle su existencia, consiguiendo desestabilizar la de ella.

Le dejó con lo puesto, una maleta llena de nuevas experiencias y unos ojos vacíos y tristes de no mirar igual. No le exigió nada y se permitió el lujo de llevarse cosas que no quiso devolver, «lo mío suyo y el resto de ambos», se acostumbró a decir. Se llevó canciones que no ha vuelto a escuchar, atardeceres y sitios que sin él dejaron de tener encanto.

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Le enseñó a vivir de una forma que hizo que creyese no haber vivido antes de que el apareciera. A mirar más allá, a hablar con más firmeza, con argumentos. Empezó a vivir a su manera, se acostumbró a actuar a base de impulsos y a aspirar alto, sin miedos.

Se empeñaba en demostrarle que era sublime, que pocas cosas le devolvían a la calma si no tenían que ver con él, que los días sin él eran aburridos y que si no estaba a su lado ella no podía ser ella. Quizás mitad de la culpa fue suya por eso de que a veces le pillamos gusto al dolor.

No quiso huir, el ojo del huracán le ofrecía más que cualquier cielo en calma. Se hizo adicta al vértigo, al miedo de perderle siempre que lo encontraba, a las curas para sus males y a un tira y afloja que parecía no tener fin.

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Juraría que hasta entonces nunca había conocido a nadie como él y hoy en día ella sigue teniendo la certeza de que «como él sigue sin haber dos».

30 días

Tardo en escribir, casi apurando el mes, pero no sin que se me pase, que es importante. Y escribo hoy, a un día de una fecha muy significativa que lleva consigo el recuerdo de una persona que marcó un antes y un después, como aquel 24 de abril de hace ya unos años.

El que le robaron a Sabina, el mes maldito para La Fuga, el que aquel año fue nuestro mes. ¿Sabéis de esas veces que se resume una historia en unos pocos pero grandes detalles? Pues eso me pasa a mi con este mes. Cada año se repite lo mismo. 30 días resumidos en 3, a veces 4 días y los demás me sobran por muy buenos que hayan sido. Porque a mi abril cada año me enseña algo, me cambia los planes y la manera de pensar. Me enseña y es por eso, y por unos pocos días, por lo que siempre lo espero con curiosidad. Hay veces que me sorprende y otras que me decepciona y no me da lo que esperaba de él, pero ahí está para hacerme caer en la cuenta de que soy más débil o más fuerte que antes, según se mire.

Abril de las fechas importantes y los espérameDe la ilusión, los comienzos, las decisiones que no fueron equivocadas, de las primeras palabras y de las primeras veces. Del paso para atrás para después dar dos hacia adelante. El de las ganas. El de la nostalgia y los buenos recuerdos. Abril es volver a verle, aunque sea poco y a distancia.

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Abril me recuerda especialmente a mis abuelas. A sus patios plagados de flores y a ellas regándolas desde muy temprano, a echar de menos verlas así con la sonrisa mañanera y canturreando. A llegar a casa de mi abuela y que nos tuviera los dulces con merengue y bolitas de colores que nunca nos acabábamos, y el pan con el huevo de Pascua y los roscos blancos que nos esperaban en la de mi abuela M. A mis primas y a los larguísimos paseos por el campo, a ir a por espárragos todas las mujeres de la  familia juntas, al mal ojo que tenía para verlos yo y los ramilletes enormes de mi madre y mi tía. A verde. (Gracias mamá por hacerme recordar todo esto.)

Mes con olor a azahar sevillano, con alguna escapada a la playa y con el sol que nos da la vida. Con las temperaturas que un día invitan a terracitas y relío con cualquiera y el siguiente a no salir de casa sin paraguas.Te da una de cal y otra de arena, como las mejores personas. Nos devuelve la alegría tras el invierno y nos espera paciente. Nada de «en abril aguas mil», por favor. Abril y su feria, sus volantes, farolillos y rebujito. Abril y su olor a incienso por las calles, cera, flores y música. Y la cervecita en El Salvador empieza a saber diferente y las tardes en el río también. Abril y su Sevilla.

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Abril que te mete prisa para la operación bikini pero te permite algún caprichito, hipercalórico por supuesto. Te echa cara con sus ganas de guasa, de risas y hasta de postureo, el se deja hacer de todo. De este mes seguirás odiando los lunes y también los domingos, en eso no se diferencia del resto, pero hace que te apetezcan más sus noches de viernes y sus mañanas de sábado. Espera..¿existen las mañanas de sábado más allá del nórdico y las sábanas? No, obvio no. Las Ray-Ban y las gafas polarizadas empiezan a dejarse ver y vamos guardando todo lo negro y lo gris en el armario, al fondo a la derecha. Como en todos sitios.

Y por ahí se deja ver mayo…

Querido abril. Me gustabas tu y todo lo que implicabas, antes. Ahora, un poco menos y de forma diferente. Pero siempre tendrás un huequito especial en mi historia y me recordarás que alguna vez fuiste mi mes preferido, siempre estarás lleno de momentos importantes, abriles que no se pueden olvidar ni aún queriendo. Y a no ser que uno de estos años te apetezca volver a sorprenderme como ya lo hiciste aquel año: pasa rápido, regálame rayos de sol y sigue permitiéndome verle, nunca como antes, para no perder la costumbre. Y sigue recordándome a verde, a mucho verde.

Lo que te dejaste

Me quedo con la vez que me dijo que era grande, que tenía la sonrisa más pura y que mis ojos eran el mejor reflejo de los atardeceres que sigo viendo. Pero sin él. Me quedo con aquel momento que me miró arqueando una ceja, dando por hecho que estaba loca. Con los viajes que planeamos y los que hicimos en su coche. Con la vez que no fuimos a la playa y con la promesa de hacer el Camino de Santiago que no cumpliremos.

Con sus muecas y su risa cuando yo decía algo que no tenía nada de gracia, con su manera de atiborrarse de comida y con esa canción. Tu sabes cual es. Con las fotos que nunca nos hicimos y con la forma tan ridícula que tenía de imitarme. Con las camisetas que le quedaban demasiado ajustadas y su sudadera favorita que también era la mía.

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Con los colmillitos que aparecían con esa sonrisa que me volvía loca y con sus ojos que se veían aún más bonitos mientras dormía. Con la primera vez que lo vi dormir y escuchamos de fondo «Quién me ha robado el mes de abril» y nos echamos a reír. Con mi abril de ese año del que el se adueñó.

Y con esos benditos días de verano y los días tachados del calendario con ganas. Con los días que pasamos a cientos de kilómetros, los que pasamos a centímetros y los que sólo nosotros sabemos que pasábamos. Con ese techito de estrellas.

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Siempre me quedaré con las contadas veces que me besaba el cuello, la manía de echarme el pelo hacia atrás. Y con las idas y venidas. Con la vez que me cogió a hombros en medio de toda la gente y también cuando bailamos esa canción como locos. Con sus reflexiones absurdas, con las noches que nos escapábamos muy cerca de casa y los días que estábamos a muchos metros de altura. Que no fueron pocos.

Con el día que pude darle dos besos sabiendo lo que ya no éramos y con las palabras que me hicieron saber que podríamos volver a ser.

Me quedo con la hipótesis de una vida a su lado que siempre supe que me encantaría, y quién sabe si alguna vez me llegará a encantar.

Compañeras de vida

«Quizá nuestras amigas son nuestras verdaderas almas gemelas y los hombres gente con la que divertirnos»

Una amiga no es aquella que te llama ni te escribe todos los días, tampoco le pidas que te cuente todas las veces que sale de cañas a lo largo de la semana y mucho menos que tal le va todo en clase. Las verdaderas amigas son las que se saben tu armario de percha a percha, las que entran en tu casa y, sin saludar, van directas al frigorífico. Las que son amigas de tu madre y le cuentan más cosas que tú. Esas que te miran de arriba a abajo un sábado y se ríen de ti al bailar, las que alabarán todas tus blusas aunque sean trapos y te maldecirán por no tener su número de zapatos.

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Las verdaderas sufren tus desamores igual o más que tu y se sentirán orgullosas de darte los peores consejos. Son aquellas que quedan contigo una hora antes porque saben de tu impuntualidad y se pasan horas pasándote la plancha por el pelo para que en 5 minutos de una noche de diciembre se te encrespe. Y te aguanta, a ti y a tus amores, a tus sermones, a tus días aburridos. A tus peores ciegos, a tus tacones en el bolso y a tus lágrimas cuando te deja el capullo de turno. Y cuando dicho capullo decide volver contigo. A ti cuando has suspendido el examen y cuando tienes broncas con tu madre. A ti de compras cuando la usas como perchero y a ti cuando le robas patatas fritas.

Puedes pasarte días sin hablar con ellas, meses sin verlas pero más de una vez serán tu mejor refugio, las que harán que te levantes mil veces y, les cueste lo que les cueste, te sacarán una falsa sonrisa. Su casa será tu segunda casa y su armario el tuyo. Y son el abrazo más sincero cuando las cosas no salen como una espera.

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Por las amigas que nunca dejan de reírse de los errores, de las que se ríen antes de que abras la boca y de las que se inventan cualquier historia para hacerte reír. Por las que te alegran la vida sin darse cuenta de que lo hacen. Por la posturitas, la chapas, la loca, la razonable, la que no sabe andar en tacones, la que se las bebe de tres en tres, la morritos, la de los vestidos que te dejan sin respiración, la obsesionada con tomar el sol, la que viaja más que Willy Fog, la que nunca está y la que no se pierde ni una. Porque a todas les une un hecho tan simple como ser amigas sin haberlo planeado ni elegido. Por las que hablan de las demás con orgullo y las defienden aunque no tengan razón. Por las que saben perdonarse con un abrazo, por las que tienen un carmín rojo unitario, por las que siempre recuerdan las mismas anécdotas y salen por los mismos lugares.

Por las que más que amigas, llegan a ser hermanas. Y además se quieren como tales.

El primer amor

«Porque a veces el amor, sí dura para siempre»

El primer amor de toda chica, el más duradero, el más real, el más sano, el que no exige nada y sabe cuidarte. A tiempo completo, desviviéndose por ti y siendo tu héroe personal. El único del que estamos obligados a aguantar las broncas con carita de pena y el guiño de ojos esperado cuando nos riñe mamá.

Trabajo, sacrificio, constancia, educación, inteligencia, complicidad, saber estar, dedicación y empeño, diversión, aprendizaje, dedicación…son tantos los calificativos con los que podemos etiquetar a nuestros padres que la descripción nunca sería completa. Ellos siempre tienen algo más para darnos, para demostrarnos, para enseñarnos. Porque tenemos la suerte de que ellos siempre están ahí.

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A ti papá, agradecerte tu paciencia por llevar tantos años lidiando con cuatro mujeres en casa y no haberte vuelto loco, por mimarnos y saber decirnos no cuando era necesario. Por cumplir más de cien promesas, sueños y peticiones de tus niñas, por hacernos amar la playa y disfrutarla cada verano. Por inventarte historias tan surrealistas para que se nos quitara el hipo y por no habernos enseñado a jugar al ajedrez. Por dar más de cinco besos en cada despedida. Y las inigualables bienvenidas.

Por hacerme del Atleti y llevarme de tu mano al Calderón desde pequeña, por la llamada tras cada partido y por meterme en vena la filosofía rojiblanca. Por tus historias de siempre, las que nos sabemos de memoria y que contarás a nuestros hijos y nosotras a nuestros nietos. Por inculcarnos tus valores, por hacernos ver que la familia siempre es lo primero y el amor y el respeto por esta lo más importante. Por el orgullo con el que siempre has hablado de tus padres, mis abuelos. Y por hacer que nuestro hogar esté donde estemos los cinco juntos.

Te lo he dicho ya muchas veces y tu siempre te lo tomas a risa, pues hoy te lo vuelvo a repetir: ojalá yo tuviera tu edad y te hubiera conocido mucho antes, no te habría dejado escapar nunca, a mi no me habrías dado plantón ni me hubieras dejado por teléfono. A tu niña no. Y quizás es por esto, y porque eres el más guapo, el que más nos hace reír, el más gruñón, cabezota, trabajador, perseverante y un sinfín de adjetivos más…que no voy a parar hasta encontrar un hombre que se parezca un mínimo a ti. Porque te quiero y te admiro tantísimo papá. No alcanzas a imaginarte cuánto.

En definitiva papi, gracias por hacerme una mujer con tu ejemplo de gran hombre. Y prepárate porque aun te queda mucho por hacer de mí. Ten por seguro que me seguiré pasando la vida entera diciendo que me parezco más a ti que a mamá a cualquiera que me diga lo contrario. Y espero que tú sigas haciéndome tan feliz como cuando me dices que soy la cuarta mujer de tu vida. Te juro que tu siempre serás el primero y único para mí.

Y tras todo esto, sólo puedo darte las gracias, infinitas gracias por tu amor eterno.

Éramos

«Antes de rendirnos fuimos eternos»

No era un amor tan diferente al de los demás, pero lo hicimos tan nuestro que incluso le cambiamos la definición. Tampoco éramos una pareja fuera de serie y eso precisamente era lo que nos hacía tan grandes.

No éramos amor de candado en puente y llave al río, éramos mucho menos simbólicos. Los celos no tenían cabida entre nuestros cuerpos, el aire tampoco.

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La admiración mutua nos mantenía en pie y os aseguro que como hablábamos entre nosotros, no hablábamos con nadie más. Teníamos apodos que no nos decíamos, palabras claves que no pronunciábamos y señales que no nos hacíamos, pero éramos más cómplices que cualquiera.

Nunca fuimos más que nadie, pero ambos éramos más cuando estábamos juntos. No fue difícil pero tampoco lo más sencillo.

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Rara era la vez que discutíamos, pero las reconciliaciones valían por todas las peleas que en tanto y tan poco tiempo no tuvimos. Y cuando la tuvimos, se acabó. Se acabó como empezó, sin saber el cómo. Incluso cuando no teníamos nada, había de todo.

Ambos sabemos que lo que fuimos, seremos. No sabemos cuando y preferimos dejárselo al destino, pero los dos estamos seguros de ello.

Y eso quizás no nos hace muy diferentes al resto, pero nos hace permanecer juntos.

«A ti pu»

Ayer fue el cumpleaños de una de mis grandes amigas, ya van 20 y yo la conozco desde los 13 años, que se dice pronto pero es menos tiempo del que me gustaría. Os dejo la felicitación que le escribí y le dejé en su cama junto a otro detallito y, por supuesto, la llamada previa.

Me permito el lujo de pedir 20 deseos que perfectamente podrían pasar por 20 exigencias.

1.      Nunca dejes de recurrir a mí. Por favor, sea lo que sea, donde sea y a la hora que sea. Voy a estar para absolutamente todo. Hoy por ti y mañana por ti también.

2.      No permitas que nuestra complicidad se pierda. Porque me encanta, eres de las pocas personas con las que me río incluso antes de decir alguna tontería.

3.      Jamás te dejes de reír así. No cambies tu risa por favor te lo pido. Porque yo se que quizás no asoma tantas veces como te gustaría ni a quien te gustaría, pero no por eso dejes de hacerlo.

4.      Continúa alegrándome los días, los meses y, en definitiva, la vida. Es una carga importante, lo sé, pero solo tienes que seguir haciendo lo que haces. Sin más.

5.      Márcate todas las metas que quieras porque cada año que pase te hará más fuerte y más capaz de cumplirlas. No lo digo como “bien queda” que soy, te lo digo porque sé que lo harás.

6.      Sigue siendo la exagerada que dice que todo está a 10 minutos y prepárate porque cualquier noche de estas que salgas al balcón “a tomar el aire”, la Torre Pelli se te va a caer encima.

7.      Enamórate y déjame que siga disfrutando cada vez que lo hagas. Te puede parecer de risa, pero hazlo. Porque me encanta ver ese brillo en tus ojos y esa sonrisa tan grande cuando estás así.

8.      Más de una vez has sido la voz de mi conciencia y sé que necesitaré que lo seas unas cuantas más. Por lo que te pido que te armes de paciencia para lidiar conmigo.

9.      Esto más que un deseo es un consejo. Compra más camisas de cuadros antes de que se pasen de moda, ahora que llega la primavera ponte más tus pantalones hippies y deja de comprarte pantalones idénticos a los que ya están en tu armario.

10.  Échame en cara la noche que no dormí contigo en Londres porque seguiré explicándote la misma excusa y eso nos servirá para seguir recordando detalles de ese viaje.

11.  Sigue yendo a manifestaciones, a huelgas y a encierros en la Fcom. Y a conciertos de tíos que no conocen ni sus madres, donde no paras de dar botes.

12.  Cuando escribas tu primer libro o artículo, cuando hagas tu primera retransmisión desde cualquier guerra del mundo, no te olvides de dedicárselo a la amiga que fue la primera en leer tu blog y se enorgullece de amiga periodista. “A ti pu”.

13.  Sigue admirando a quienes admiras. Y aprende mucho, muchísimo de ellos.

14.  Date el lujo de soñar con un amor tan grande y tan eterno como el de tus abuelos. Yo lo hago.

15.  Invítame a tu casa más a menudo que ya me he olvidado del camino y aun no me has hecho revuelto de gulas con pimienta para comer, que se que me va a encantar.

16.  No dejes de ir a La Alameda, tu segunda casa sevillana, porque en un par de años ya te habrán puesto una estatua y si no podrás conformarte con que le pongan tu nombre a una calle o a un bar.

17.  Se consciente de lo que vales, que es mucho y aún no te has dado ni cuenta.

18.  Recuérdame siempre. Preferiría que solo lo hicieras por las cosas buenas pero las malas también tienen que estar presentes. Por los años que estuvimos juntas en clase, los viajes, los planes que no cumplimos, por las noches durmiendo juntas, los días de tinto cerveza y tapa, los enfados tontos y, por supuesto, no olvides nunca la noche de mi tos perruna en Londres.

19.  Si alguna vez dudas de cuánto te quiero, recuerda estas palabras:

“ Mucho más de lo que te demuestro, más de lo que lees cuando te lo escribo, más de lo que puedas imaginar y más de lo que yo le cuento a la gente. Aunque no te lo diga a diario, aunque no sea desde siempre, aunque haya alguien que lo haga más que yo. Sea o no por siempre, más o menos, a pesar de los pesares, aquí o allí, cerca o lejos. Te quiero.»

20.  Por último y no menos importante: quiéreme una mínima parte de lo que yo a ti. Y considérate una grandísima amiga y persona. Lo eres.

 

Amigas 26

Y os lo aseguro, lo es. Ojalá tengáis la suerte de tener a alguien así en vuestras vidas, es un verdadero lujo.

Pd: tarde o temprano acabarás leyendo esto, no me mates. Cada año haré algo así solo por darme el gusto de oírte llorar porque «nunca te han escrito nada igual».